Escuela para nuevos ricos by Luisa María Linares

Escuela para nuevos ricos by Luisa María Linares

autor:Luisa María Linares [Linares, Luisa María]
La lengua: spa
Format: epub
editor: La Cuadra Éditions
publicado: 2021-11-16T23:00:00+00:00


XIV

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DISPUTA A BORDO

—Déjeme los prismáticos un minuto, Leo… Es una pena que haya tan poca luz y que no se puedan distinguir los detalles de la isla.

—Aquella mancha blanca y grande es el palacio —explicó Leo ¡Quién pudiera visitar Nuevo Paraíso!

Navegaban bastante cerca y la noche era tan apacible que distinguíase el ruido de las rompientes de la costa. Doña Marieta, el Ballena y otras cuantas personas contemplaban la oscura silueta del misterioso trozo de tierra.

Era casi de noche y en el salón sonaban los acordes con que la orquesta afinaba sus instrumentos, antes de interpretar un escogido concierto. Todo el mundo olvidó momentáneamente a Nuevo Paraíso y se trasladó adentro, donde otros más rápidos habían cogido ya los mejores sitios.

Doña Marieta buscó inútilmente con la mirada a su sobrina. Hacía algunos días estaba tan triste, que la anciana se entristecía también.

Diana hallábase en aquel momento en la toldilla de proa gozando de unos bellos instantes de soledad contemplando el mar, al que la luna arrancaba brillantes reflejos. Oía la orquesta, que empezaba a preludiar Rosamunda, de Schubert, y dejábase arrullar por el encanto de la música, que calmaba sus nervios, en tensión.

—¿Por qué tan sola, Diana?

Sobresaltose la muchacha al escuchar la voz de Jorge, que tranquilamente se sentó a su lado.

—Me gusta la soledad.

—A mí también.

—Entonces puedes quedarte. A veces se consigue una soledad perfecta entre dos personas.

Hubo un pequeño silencio, que Jorge dedicó a encender un cigarrillo, tras de ofrecerle otro a Diana, que rechazó.

—Eres muy dura conmigo. ¿Tienes queja de mí…?

Su cinismo la desconcertó.

—Eres graciosísimo, Jorge.

—¿Gracioso? A fe mía, no veo que tenga gracia en este momento.

—Careces del sentido del humor. Yo me divierto mucho oyéndote. Antes no me divertías tanto.

—Explícame eso —dijo Jorge, amostazado.

—Antes no te conocía como ahora.

—Sospecho que ese supuesto conocimiento no ha aumentado el aprecio que me tenías.

—En cierto modo, sí.

—¿De veras?

—Hasta hace poco, entre los sentimientos que me inspirabas no se contaba el de la compasión.

El príncipe se sintió profundamente molesto.

—No es agradable lo que dices. ¿Puedo saber en qué se funda tu… compasión?

—Te veo como a un polichinela cuyos hilos mueve otra mano.

—¡Diana! Te excedes. No sé a qué mano te refieres.

—A la de tu madre, por supuesto. Eres muy cándido. ¿Crees que no comprendo el juego de la princesa?

—¿El juego de mamá? ¡Deliras, Diana!

—La princesa Nipoulos, aunque no estemos en las costas de Noruega ni en el mar del Norte, va a la pesca de Ballenas. C’est compris…?

Jorge enrojeció y el cigarrillo se le cayó de las manos.

—Ahora veo lo que te pasa, Diana. Estás celosa.

—¿Celosa yo?

En realidad, le hacía gracia la sugerencia. ¿Celosa de Jorge? ¿Era posible que le hubiese querido alguna vez?

—Permíteme que me ría, Jorge. Por esta vez te equivocas.

Hubo un largo silencio, durante el cual solo se oyeron sus entrecortadas respiraciones.

—Bien —dijo al fin—. Eres una mujer inteligente, Diana, y te hablaré con claridad. No puedo ocultarte que mi situación monetaria me obligará a contraer un matrimonio de interés.

—¿A vender tu título?

—No me gusta dicho así… Pero quizá sea eso, realmente.



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